Capítulo 1- Comienzo (3ª parte)
Antes de entrar por la puerta Erika oyó que alguien pronunciaba su nombre y al girarse para ver quien era, descubrió que se trata de su mejor amiga, Celia. Una chica pelirroja, con el pelo recojido en dos grandes coletas y vestida practicamente entera de verde.
-¡Buenos días, Erika!- saludó alegremente.
-Hola- la sonrió la aludida.
Entraron juntas al reciento donde se encontraron con el resto de sus amigos: Alberto, Cristian y Laura. Los amigos siempre inseparables.
-¡Hola a todos!- practicamente lo gritó, pero nadie se extraño, todas las mañanas, Celia hacia lo mismo.
Siguieron hablando hasta que sonó el timbre que anunciaba el comienzo de las clases. Así subieron los tres pisos, giraron a la izquierda y entraron por la segunda puerta que encontraron. La clase de 4º B, en sí, no era muy grande, estaba llenda de pupitres y sillas como el resto de aulas, sus paredes se encontraban practicamente cubiertas de trabajos que habian hecho todos los alumnos que allí estudiaban durante ese año.
-Sentaros todos, voy a pasar lista- ese era la tutora del curso de Erika, Beatriz.
El comienzo del día transcurrió con normalidad, se pasó lista y se rezó. A la hora de colocarse en el autobús, Erika y Celia se pusieron juntas, y, detrás de ellas, Cristian y Laura.
La fila de autobuses partió, y con ellos todos los alumnos, para poder tener un día de fiesta.
Como era de esperar, Celia no paró de hablar, por suerte Erika no estaba sola, y Laura también acompañó la conversación, Hablaron de todo un poco, cambiando de tema cada poco tiempo.
Así, llegaron hasta su destino después de unos tres cuerto de hora de viaje. Se encontraban en un prado rodeado de arboles, un lugar de la sierra de Madrid. Ese día las nubes oscurecián el cielo, cubriendolo de un tono grisaceo.
La gente reia y jugaba con pelotas, raquetas... Se habían llevado todo lo necesario para pasarselo de miedo. Los amigos se reunian en grupo para comer juntos acompañados por la brisda del aire fresco.
-¡Dios! me encanta este lugar ¡Es precioso!-.
-Si Celia, lo dices todos los años- Erika no pudo hacer esa pequeña broma, ante el comentario de su amiga.
Todos rieron, eran una pequeña familia, todos se conocian a la perfección, e ir a aquel lugar, aunque fuera una escursión del colegio, se habñia convertido en una tradición.
Después de comerse los bocadillos, se sentaron en la hierva a mirar el cielo y su inmensidad.
-Erika, Laura... ¿me acompañais a hacer mis nacesidades?- quiso saber Celia.
-¿Tus necesidades? que fina que has vuelto Celia, venga yo te acompaño, ¿vienes Erika?-.
-Claro, sin problemas-.
Las tres se dirigieron a través de una pequeña colina donde, detrás de unos arboles, los profesores les habían dicho que podía hacer sus necesidades.
-¡No mireis!-.
-Venga ya Celia, ¿para qué ibamos a querer mirar?- soltó una pequeña carcajada y continuó- y también voy, te quedas tu sola Erika-.
-No me importa tranquila- Erika tan amable como siempre.
Esperando a que sus compañeras terminasen, Erika pudo dislumbrar un pequeño arroyo delante de ella. Pensando en volver pronto, se dirigió hacia él, para poder verlo mejor. Era un riachuelo de poco caudal, con unas aguas, practicamente cristalinas. El sonido de sus aguas era muy relajante y a Erika le encantó.
La joven miró atrás para ver si sus dos amigas habian terminado, y, al descubrir que no era así, decidió cruzar al otro lado del arroyo a través de un tronco que lo cruzaba. Desde el otro lado ya había visto que lo único que la esperaba era una verja, pero, para su suerte, en aquel espacio estaba rota, y, una apertura, servía de puerta para cruzar al otro lado. Erika no era muy dada a hacer cosas así, pero aquella vez no dudo. Quería encontrar un sitio donde estar sola, y poder olvidarse de todo. Alargó la mano y se adentró por ese agujero que alguien había creado. Una arboleda la esperaba en el más profundo silencio. La brisa acariciaba su cara y la invitaba a seguirla a lo profundo del bosque. Su corta melena ondeó en un ligero movimiento. Anduvo un poco más hasta colocarse debajo de un enorme árbol, ocultandose en la oscuridad de su sombra.
-No creo que pase nada, porque me quede un poco aquí...- relajó su cuerpo y cerró los ojos para disfrutar del momento.
De pronto, se dió cuenta de un echo extraño, algo que la inquietó, y la hizó abrir los ojos. Nada... Simplemente nada... El silencio inundaba cada rincón de aquel hermoso lugar, lo cuál, resultaba extraño. Erika conocía los alrededores y sabía que había centenares de pájaros por allí exibiendo sus cánticos. Aunque no solo era eso, también podían verse pequeños rodeores corriendo por la hierva intentando encontrar algo de comida. Sin embargo, allí no se oía nada.
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