Y la historia continua...
El sol ya se había puesto y había dejado pasó al reinado de la luna y las estrellas, sin que Sandra se diera cuenta, pues en la casa había una extraña luz que cada vez tenía un tono más rojizo.
Los jovenes estaban muertos de miedo ante aquellos sucesos cuano un maullido los sacó de sus ensoñaciones. Los dos gatos que los había guiado hasta ese extraño lugar se encontraban delante suya, mirandolos con sus enormes ojos.
Otro maullido y en una milésima de segundo los gatos había ardido y, posteriormente, desaparecido.
-¡No!- Sandra intento llegar hasta el lugar donde había desparecido su pequeño amigo, pero Alberto se lo impedía.
-¡Dejame!- Sandra lloraba.
-¡Todavía no lo entiendes!¡Tú misma dijiste qué esto no de debía a una coincidencia!- Alberto también lloraba -Algo en mí también a muerto cuando a visto "arder" a ese gato, esta claro que hay algo extraño aquí y tenemos que salir antes de que nos coja-.
La mano de Sandra seguía estirada hacía el lugar donde habían ocurrido tales echos, pero en un abrir y cerrar de ojos aparecio delante suya, de tal manera que el piel de la figura pisaba con saña el de la joven.
-¿Y cómo piensas hacerlo jovencito?- era la voz de antes, y esta vez pudo distinguirse claramente que era de una mujer.
Una mujer bellísima, pelo largo y extremadamente rubio, casi blanco. Iba vestida con una capa negra. Al momento aparecío otras dos figuras detrás de ellas, una de un hombre, también joven y bello, de piel osura y pelo negro como el carbón, la tercera figura que aparecio, no se supo su sexo, pues la capa le tapaba completamente.
Los gritos de Sandra no se hicieron esperar y la joven explesó su dolor.
-Sueltala- dijo el hombre.
-Es que una ya no puede divertirse ¿o qué?- su sembrante se había vuelto serio, como el hombre que la acompañaba.
Alberto cogió a la dolorida Sandra y salió corriendo sin dirección alguna.
-¿Intentais huir? curioso... intentar huir de aquellos que han conseguido huir de la muerte...- el hombre ya no estaba delante de ellos pero su voz sonaba como si lo estuviera.
-Huir de la muerte...- repitio Sandra en voz baja.
Corrian sin mirar atrás y sin un rumbo fijo, simplemente avanzaban con aquel infierno. Sandra iba detrás de Alberto, con los ojos llorosos.
Bruscamente se pararon al encontrarse con un escena aterradora.
Una "mujer", si es que se podía denominar así, alargaba una de sus manos hacia ellos, una mano cuya piel se caia a tiras. Bueno, toda la piel de aquella mujer se caia, dejando entrever unos huesos roidos y grises. El pelo, lacio, le caia sin gracia sobre la cara, cubriendosela parcialemente, aunque , al igual que la piel, también se le caia. Las ropas que llevaba estaba destrozadas, llenas de desgarrones y sangre. Pero nada de lo anterior la hacía dar tanto miedo como sus ojos... unos ojos que helarian la sangre de cualquier mortal... Blancos... Simplemente blancos... No había color alguno en su mirada, ni tampoco explesión, sentimiento... Ni vida...
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